Brasil | Movimiento Cultural “Arte Manha”, Caravelas (Bahía)
Es el pueblo que es creativo…
Lucrecia Greco

Desde hace 20 años, los miembros del Movimiento Cultural “Arte Manha” trabajan en la ciudad de Caravelas, Bahía, viviendo y recreando expresiones culturales afroindígenas a través de diversas disciplinas artísticas. Lo que sigue, es un pequeño informe que cuenta como se organiza un Movimiento que asentado sobre la reivindicación de la historia afroindígena, busca alternativas al discurso de la opresión y de la “folclorización” de la cultura.

Caravelas se levanta a la vera de un río marino al sur del Estado de Bahía. Para nuestra historia, nos alcanza saber que antes de la invasión europea la ciudad era morada de pueblos originarios (como los hoy denominados “tupinambás” y “botocudos”). La hegemonía europea hirió la autonomía de dichos pueblos así como la de los grupos africanos que introdujo forzadamente en la región como esclavos. Saltando en el tiempo al siglo XIX, la ciudad fue punto estratégico del ferrocarril Estrada de Ferro Bahía-Minas, cuyo cierre durante el gobierno militar perjudicó seriamente la economía local.

Hoy, en Caravelas, la pesca es una actividad importante aunque la mayor parte de la economía monetaria depende del puerto de Aracruz, relacionado al invasivo monocultivo de eucaliptos y, en menor proporción, a las ráfagas de turismo que visitan el archipiélago de Abrolhos. La población actual de Caravelas es de aproximadamente 20 mil personas, muchas de las cuales llegaron en las décadas del ‘70 y ‘80 expulsadas de sus tierras por la expansión de las industrias maderera y ganadera. Sin tierra y con escasas perspectivas de trabajo asalariado, gran parte de la población joven migraba -y migra- a las ciudades grandes, donde generalmente empeoran sus condiciones de vida.

Así, cuando en 1988 se celebraban en Brasil los 100 años de la abolición de la esclavitud, la población pobre de Caravelas (en su mayoría afroindígenas) no tenía nada que festejar. Eso fue lo que sostuvieron los artistas populares Jaco (cineasta, actor, escultor) e Itamar (artista plástico, actor, bailarín y coreógrafo), quienes escuchando su propia experiencia y la del fortalecimiento del movimiento negrobahiano, decidieron ponerle un inicio al movimiento afro en la ciudad a través del arte. Ese impulso se inscribía en un sentido colectivo, dado que en pocos años los que eran dos fueron más de cien personas que pasaban jornadas enteras juntos, escribiendo, bailando, pintando, actuando, tallando, grabando, diciendo, filmando y andando, reivindicando la historia afroindígena de Caravelas.

Como nos cuenta Itamar, en el grupo: “cambiamos la cara de la Avenida (barrio pobre de Caravelas). Cuando las personas iban al centro, iban como personas “comunes” de la Avenida: quilomberos, analfabetos, chicas para tener sexo y abandonarlas. Cuando salimos de aquí para presentar un espectáculo de danza, la cosa cambió. Los artistas están llegando, el pueblo queriendo luchar por algo, es el pueblo que es creativo…”.

Este cambio no se dio sólo en las relaciones de la Avenida con el “afuera”, sino que trastocó la propia experiencia de “adentro” de quienes se incorporaron al movimiento. Como nos cuenta Anne –integrante del grupo desde sus 13 años, hoy profesora de danza afro-, estar en el movimiento cambió todo en su vida: “desde el modo de pensar, actuar, vestirse, todo. Del cabello a los pies.”. Su afirmación es literal, porque entre los cambios se incluyen, entre otras cosas, el abandono del planchado del cabello (interpretado por el grupo como negación de la identidad afro), la adopción de una determinada forma de vestir, la incorporación de la danza y la música afro al cotidiano y la defensa de la autoestima de la mujer negra. Así, ante las anécdotas de discriminación racial, que forman parte del bagaje de cualquier persona negra, los “manhosos” (como los llamamos aquí) están equipados con una gran fortaleza y autoestima.

El trabajo constante en el arte y la educación se enlaza en Arte Manha con la lucha contra la dupla inseparable del racismo y la desigualdad socioeconómica. El movimiento produjo de forma autónoma una cooperativa donde 20 familias trabajan en un taller de producción eco artesanal con serigrafía, costura, escultura con materiales reaprovechados, carpintería, producción fílmica y de espectáculos (el primer subsidio que el grupo recibe llegó en el 2009 por la política de Pontos de Cultura, cuando todas las actividades ya estaban en marcha).

El movimiento, si bien reivindica la historia afroindígena, busca escapar del discurso de la opresión y de la “folclorización” de las prácticas. Como señala Itamar, “al grupo nunca le gustó esa cosa folclorizada: capoeira, bambolearse, un montón de negros para que vean los gringos. No, siempre buscamos personalidad. No diciendo sólo que el negro vino en el navío negrero, sino a través de toda la valorización humana de la cultura, del indígena, buscando esa ancestralidad y trayéndola para nuestra idea contemporánea. Es decir, qué queremos, de dónde vinimos. El navío negrero que vino de África y sobrevivió toda esa tradición hasta llegar a Brasil…. Nos gusta esa cosa politizada”. Así el trabajo del grupo se liga siempre a un “rescate” de la historia que adquiere sentido en el presente: los temas de las obras suelen lidiar con libertad religiosa, problemática de tierras indígenas-campesinas, explotación de recursos naturales, etc.

Indagando en la tradición, el colectivo puede unir a varias generaciones con diversas experiencias de vida y de lo afro, en un proyecto común. Los fundadores del grupo vivieron tiempos de roza y quema, de construcción colectiva de casas sin energía eléctrica, noches de rondas y bailes populares en las calles. Itamar, de 45 años, puede decir que aprendió a bailar “mirando, bailando con las personas, creo que todo viene de mi experiencia cultural, mi conocimiento de aquí de la infancia“. Una generación después, Anne, de 25 años, aprendió danza afro con Itamar y con el movimiento. Sin embargo, también para ella lo “afro” es lo que da sentido a su historia y a su identidad: “la danza afro tiene mucho que ver con el cuerpo, con la mente principalmente, con la autoestima de la mujer negra, de la familia. Creo que la danza afro es todo eso…nos sentimos bonitas, bellas, maravillosas, poderosas. Es una cosa que viene de África, viene de la sangre, de los negros, es una valorización cultural nuestra”. Estos significados resuenan también en los niños que participan del proyecto hoy, quienes se crían cantando canciones creadas en el movimiento, representando orixás, bailando y participando con garra en los debates sobre negritud y temas sociales.

Así, el hacer historia durante 20 años de estos “manhosos” pudo propiciar experiencias colectivas creativas que transformaron la vida de muchas personas. Como concluye Itamar: “Si no buscamos identificarnos, valorizar nuestra cultura, no somos nada. Imagínate a Itamar: negro , indio, pobre, homosexual y artista en el interior de Bahía. O lucho, o me mato, Pero no me voy a matar porque no quiero morir, no?”


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Artículo publicado en la Revista Quilombo