Ciudad de México, 6 de abril , por Néstor García Canclini
Ni las caídas del muro de Berlín y de los bancos en 2008, ni el derrumbe de relatos en la posmodernidad ni el rearmado precario en la “integración” globalizada habían desbaratado tan rápido lo que creíamos entender sobre las desigualdades y la sobrevivencia o el futuro del trabajo bajo la especulación financiera. Recordamos que pestes de otros siglos o el sida, el Ébola, el SARS, la H1NI1 habían destruido millones de vidas, pero el alcance devastador del covid-19 obliga a nuevas preguntas. Por eso me propongo diferenciar los deseos sobre lo que quisiéramos que ocurra luego de la pandemia, de lo que es razonable esperar y lo que podemos pensar y hacer ahora. Me centro en cómo se altera nuestro modo de comunicarnos e incomunicarnos y si, a partir de los cambios actuales, es posible que los ciudadanos transformemos las maneras de acompañarnos y tomar distancia, entender las desigualdades y lo que es ineludiblemente común.
La desciudadanización - o sea, la pérdida de derechos de los ciudadanos- viene ocurriendo desde que la videopolítica trasladó la formación de la opinión pública de las plazas y las calles a las pantallas. La ampliación del espacio social y las interacciones en Internet redistribuyeron el micrófono en las redes y nos volvieron a todos vulnerables: nuestros comportamientos son grabados y combinados en algoritmos de lo íntimo (opiniones, gastos, temperatura, formas de atendernos o rebelarnos). Todo esto se acentuó en la pandemia, pero con un reordenamiento sorprendente en las interacciones entre Estados, empresas y ciudadanos. Entre instituciones y aplicaciones.
Sintetizo rápido mutaciones en nuestras herramientas y en el lenguaje:
- En 2000 decíamos zapping y ahora googlear y streaming.
- Del disquete pasamos a USB y la nube.
- Los adolescentes no saben qué es un fax; usan WhatsApp, Instagram y Snapchat.
- El walkman, el casete y el CD fueron olvidados; ahora, Spotify o YouTube.
- En vez de DVD y Blu-Ray, Netflix, Prime y Hulu.
Y una rejerarquización importante. La radio y la TV dejan de transmitir desde sus estudios y editar la información y los espectáculos: los periodistas, opinadores, músicos y animadores de talk shows hablan y cantan desde sus casas. Sin proponérselo, dice Raúl Trejo, “se convierten en youtubers”. Ganan simultaneidad y espontaneidad, pero las transmisiones pierden calidad y la confusión de datos de expertos y experiencias artísticas desteñidas o engaños y otros virus hacen desear que acabe el virus de la pandemia para que retornen los editores, disminuidos en la prensa y los medios, casi inexistentes en las redes.
Creímos que los novedosos dispositivos digitales acrecentarían la participación. Cuando advertimos que empoderábamos a cuatro gigantes electrónicos (Google, Apple, Facebook y Amazon) con nuestros datos, para que los revendieran y nos controlaran, el lugar de los ciudadanos en la globalización fue diluyéndose.
No basta entender las sorpresas tecnológicas para captar qué está sucediendo. Megalópolis como la Ciudad de México y otras latinoamericanas, donde fallaron los programas para reducir el tráfico y la contaminación, muestran sus calles semiabandonadas. En pocas semanas, países modélicos –Estados Unidos y Gran Bretaña para neoliberales, varios europeos para admiradores de lo que resta de socialdemocracia- encabezan las estadísticas de enfermos, sin capacidad de atender a todos.
Quienes repudiaban que el Estado gastara en bienes públicos destinan millones de millones de dólares para aminorar la catástrofe. Estados de bienestar con investigación de punta ofrecen a miles de moribundos, ante el déficit de camas con respirador, apenas un iPad para despedirse de la familia. Enemigos del populismo en Argentina elogian a Alberto Fernández, mientras que el líder macrista, Horacio Rodríguez Larreta, jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, lo acompaña para avalar medidas severas: pareciera que la pandemia ha suspendido parcialmente la grieta política de décadas (aunque resurge en la falla con las colas de jubilados mal planeadas en los bancos).
¿Salvar vidas o la economía? La respuesta llega de organismos que incitaron a endeudarse: el Banco Mundial y el FMI, sus directores, piden en comunicado conjunto del 26 de marzo que los países industrializados “congelen el reembolso de deudas” para 76 naciones de bajos ingresos y promueven para todos “restablecer el empleo” y atender la salud. Se ahondan las sospechas sobre la democracia, decenas de grupos de investigación (dos en París), estudian si el autoritarismo asiático, el control de la población mediante metadatos, o algún arreglo de la democracia occidental es más eficaz para detener los funerales.
Intentar predecir cómo cambiarán nuestras maneras de vivir y esperar, en las élites y en las masas, es temerario: se ve en el desconcierto de organizadores de congresos y torneos deportivos programados para mitad de año que no saben en qué mes podremos viajar. Al 2 de abril, 3 mil millones de seres humanos están confinados en sus casas. En 208 países el coronavirus está exigiendo reorganizar la vida.
Fuente: Clarín - https://www.clarin.com/revista-enie/-revolucion-mundial-_0_4pX-ZaJL7.html