Transcribimos fragmentos de la nota publicada por I. Hartmann el 18/03/2018
"Tatuajes, el grito silencioso que avanza en todas las clases sociales y se masifica
La tendencia a tatuarse crece en todo el mundo. Unos buscan traspasar los límites convencionales; otros, ejercer la libertad sobre el propio cuerpo. ¿Qué hay detrás de este fenómeno que trasciende la moda?
El fenómeno “tatuajes” está lleno de relieves. Rodolfo Puglisi es investigador del Conicet y del Equipo de Antropología del Cuerpo y la Performance de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Su perspectiva sobre el tatuaje se basa en entenderlo más allá de las intenciones individuales, como un “epifenómeno, o sea, como parte de un fenómeno social más amplio”.
“Hay una clásica oposición, que es la de ‘naturaleza y cultura’, y precisamente el cuerpo encierra la paradoja de condensar y articular estos ítems. Porque no hay ninguna cultura que haya dejado el cuerpo tal cual está: todas lo intervinieron de algún modo, como un gesto de arrancárselo a la naturaleza e insertarlo en el orden cultural”, observó.
La relación entre cuerpo y naturaleza es central. A esto se refirió también Ingrid Sarchman, docente del seminario “Informática y sociedad”, de la carrera de Comunicación Social de la UBA: “El cuerpo en la Antigüedad se pensaba unido a la naturaleza, pero en la Modernidad surge una separación, y el cuerpo se limpia".
"Se ve muy bien en la Revolución Francesa (dice la experta): la salud corporal sirvió de metáfora para la planificación urbana, la idea de circular bien. Un ejemplo: en París quedaban excrementos de los caballos en el empedrado, lo que producía enfermedades. Entonces había que limpiar. Con el cuerpo fue igual: debía estar cerrado y limpio, lejos de la tierra y de la naturaleza”.
¿Y los tatuajes qué tienen que ver? Según Sarchman, esta separación permitió la entrada de lo artificial: “Un aspecto diferencial de nuestra época son los dispositivos tecnológicos adosados al cuerpo. Antes la identidad te la daba el auto que tenías, pero estaba separado de vos. Ahora, esta tecnología adosada construye identidad. Hay una idea de autoconstruirse. La idea es haga usted mismo su propio cuerpo.
Es algo nuevo. Hace no mucho el tatuaje era una práctica marginal. Para que tuviera la difusión actual fue necesario “un cambio en su carga peyorativa, asociada a marinos, presidiarios, a las clases bajas”, aclara Puglisi.
“La tradición de las marcaciones es antiquísima. Tuvo difusión en sociedades tribales del Pacífico y en África, y llegó a Europa con la expansión colonial ultramarítima.
Pero estaba incluso desde antes…” Puglisi se refiere al hallazgo en 1991, en la frontera de Italia y Austria, de Ötzi, la momia de un hombre que, se estima, vivió 3200 años aC. Su cuerpo tenía más de cincuenta tatuajes...
Hoy es evidente, como dice Diego Starópoli, que “el tatuaje no es exclusividad de nadie”. Pero cabe una pregunta: el acto de hacer con el cuerpo lo que a uno le plazca, ¿es señal de libertad o habla de un sometimiento frente a las modas e imposiciones?
Frente a una sociedad alienante, la única propiedad privada es el cuerpo. El tatuaje puede verse como una forma de apropiación.
Puglisi cree que “no hay individuo enteramente creador de sus patrones. Prácticas como el tatuaje no responden de lleno al libre albedrío. Están pautadas colectivamente”.
Starópoli lo mira de enfrente: “El tatuaje es libertad. No es que quedás preso del mensaje de tu piel; en todo caso sos preso de tus palabras, eso sí. Pero el tatuaje es escribir tu vida, y por eso hay que hacerlo con coherencia. No hay nada más explícito de la libertad que un tatuaje bien hecho”.
En el libro Adolescencia, una ocasión para el psicoanálisis (de A. Hartmann, C. Tara Quaglia, J. Kuffer), el tatuaje se aborda como escritura íntima, igual que el diario personal. Así, dicen los autores, “lo que parece relevante es que aquello que no es fácil decir con palabras pueda escribirse”.
Consultado por Clarín, el psicólogo Eduardo Mandet (autor de El tatuaje, un enigma a ser descifrado) opinó que estos dibujos “dicen en silencio algo acerca de lo no sabido de la vida; son una búsqueda de saber”.
Para Mandet, “continuamente intentamos procesar lo que nos pasa. Pero hay situaciones difíciles, y como no podemos elaborar todo, la superficie del cuerpo se nos presta como una hoja para escribir. Como la circuncisión para los judíos o las marcas que se hacen los presos. Tatuarse es un intento de procesar”.
Ahora pide la palabra el psicoanálisis. Desde ese enfoque se entiende que las marcas en la piel podrían ser un intento de reponer o sustituir otras marcas endebles hace tiempo, dada la poca consistencia familiar.
¿Y qué decir del contenido de los tatuajes? Las formas son tan variadas como los usuarios. Y con la técnica del láser que permite borrarlas (“pero, ojo, que es muy caro y doloroso”, advierte Starópoli), el culto a una imagen celosamente escogida parece haber perdido su sentido más pleno. Borrar... y volver a escribir.
“Ninguna cultura dejó el cuerpo tal cual está: todas lo intervinieron de algún modo, como un gesto de arrancárselo a la naturaleza e insertarlo en el orden cultural."
Rodolfo Puglisi (Conicet y Equipo de Antropología del Cuerpo y la Performance, UBA)
Desde figuras diabólicas, íconos del rock y la política, formas abstractas, frases hechas, enigmáticos parches negros, simbología oriental o el nombre de un ser amado: el hijo, el padre, la novia y hasta el nombre propio. O algunos quizás más naïve: mariposas, hadas, arcoiris. Y se están viendo algunos arranques narcisistas con frases en francés o inglés como Me and myself (“yo y yo misma”).
Estos gritos silenciosos, ¿son consecuencia de un culto al cuerpo? “Habría que hacer un estudio de campo, pero a priori diría que no hay individuos atomizados sino grupos que reproducen normas. Y con la pérdida de confianza en los grandes garantes simbólicos (los sistemas religiosos, las instituciones...), hay quienes dicen que surgió, en su lugar, un culto al cuerpo”, apunta Puglisi.
Y el experto detalla: “Siglos atrás, quienes hacían cirugías y autopsias eran marginales. El cuerpo era sagrado. Acceder a él era una profanación. Fue necesario un proceso de secularización, una pérdida de lo religioso. Pienso que el tatuaje tiene que ver con esto también”.
Al debate también se le puede dar una interesante vuelta marxista. Según Puglisi, “más allá del láser, perdura la idea del tatuaje ‘para siempre’. Frente a una sociedad que me aliena de todo, la única propiedad privada que me queda es el cuerpo. Con el tatuaje me lo apropio aún más”.
En su tinta, ¿eso declama Candelaria Tinelli? Para Sarchman, “hace una declaración de principios casi política: hago lo que quiero con mi cuerpo. Es un modo de comunicar. Hay que sentirse muy poderosa para ir a la playa y mostrarse así, toda dibujada”.
En su local, Starópoli lo ve cada día: “Lo del black work no lo entiendo; no es artístico y no tiene nada de arte. Me parece aburridísimo. Creo en el que celebra la vida y en el que homenajea al que ya no está”. Hay que ser más simple, cree el tatuador: “Literalmente, fallecés y terminás en un cajón, desnudo. No te llevás la guita, la casa o el auto. Sólo tu piel”."