El cuerpo como antidisciplina: las miradas de Foucault y de Certeau

Darío Soich  [1] 

“Se han corregido poco a poco las posturas; lentamente, una coacción calculada recorre cada parte del cuerpo, lo domina, pliega el conjunto, lo vuelve perpetuamente disponible, y se prolonga, en silencio, en el automatismo de los hábitos” (Foucault, 1989: 139)

“No tiene, así, las opciones de plantear una estrategia general y ver al adversario como un todo dentro de un espacio visible y objetivable. Opera en acciones aisladas, soplo a soplo. Toma ventaja de las ‘oportunidades’ y depende de ellas, careciendo de alguna base donde pueda apilar sus victorias, construir su propia posición y planear ataques. Lo que se gana no puede ser mantenido. Este no-lugar brinda a la táctica movilidad, para estar segura, pero una movilidad que debe aceptar las cambiantes ofertas del momento, y medir al vuelo las posibilidades que se ofrecen a cualquier circunstancia dada” (de Certeau, 1988: 37)

Esta ponencia intenta dar cuenta de la relación establecida entre un cuerpo sujeto de disciplinamiento y la aparición de prácticas creativas que involucran a la corporalidad con la acción cotidiana, abren el terreno fértil de innumerables e infinitesimales tácticas de resistencia y moldean los contornos de las relaciones diarias de producción en una industria automotriz del conurbano bonaerense[2]. En ese campo de lucha (Bourdieu y Wacquant, 1995) atravesado por una verdadera microfísica del poder (Foucault, 1992), los operarios inician los procedimientos que componen la red de la antidisciplina, unos hábitos basados en esquemas de acción corporal dispuestos dentro del espacio reglamentado por la disciplina de fábrica.

Intentando subrayar la mirada en el cuerpo, éste ha sido conceptualizado no sólo como potencia de movimientos físicos y posturas corporales impuestas para desplegar unos gestos productivos rutinarios, sino como un cuerpo que media todas las reflexiones y acciones sobre el mundo (Merleau-Ponty, 1975; Lock, 1993), un cuerpo con significado social que deviene tanto un significante de pertenencia, como un activo forum para la expresión de disenso. Es el cuerpo el que construye los hilos intencionales no sólo respecto a la vida cotidiana del ser-en-el-mundo, sino también en relación a la práctica concreta del trabajo automotriz. En ese sentido, la producción automotriz consume una gran variedad de posturas corporales surgidas de disposiciones básicas y elementales que trascienden los límites físicos de la corporación y cuyo origen es el más amplio espacio sociocultural. En última instancia, los movimientos manuales y los desplazamientos del cuerpo dentro de la fábrica, son más el resultado de un trasfondo intersubjetivo de experiencia sociocultural (Soich, 2003) –el resultado de los condicionamientos de clase, género, étnicos, etc, constituidos sobre la base de los habitus (Bourdieu, 1980) –, que unas enseñanzas impartidas por los cursos de capacitación dentro de la corporación transnacional.

La disciplina dentro de la fábrica y el control social del cuerpo político (Scheper-Hughes y Lock, 1987), constituyen elementos esenciales de la organización reglamentada del proceso de trabajo. Aparecen todo un conjunto de estrategias de dominación corporal sobre la experiencia de cada sujeto en la plataforma de trabajo, una frontal política de las coerciones sobre el cuerpo, un mecanismo de poder que lo explota, lo desarticula y lo recompone provechosamente. Por tanto, la creación de cuerpos dóciles (Foucault, 1989) constituye un elemento esencial del control del trabajo (Harvey, 1998) expresado como lucha contra la insubordinación y la indisciplina de los trabajadores, una economía política de dominación del cuerpo en tanto objeto y blanco de poder disciplinado hacia un tipo de acumulación que vino a instaurar un conjunto de reglamentos de conducta, normas y sanciones disciplinarias en el seno mismo de los talleres productivos. En ese contexto, surge una estricta burocracia punitiva compuesta de legajos laborales para cada uno de los operarios. Las sanciones individualizantes cimentadas en relación con una serie de instancias disciplinarias de distinto grado y rango de acción, son meticulosamente clasificadas de acuerdo a la variedad de situaciones ligadas a la indisciplina fabril: transgresiones, deserciones justificadas, inasistencias sin previo aviso, etc. A cada paso, a excepción de las complicidades surgidas entre operarios y supervisores bajo la forma de hacer la “vista gorda”, la disciplina inicia el recorrido que hace posible descifrar el detalle y atender a las minucias de las prácticas cotidianas en el taller. Dentro del proceso de producción, es necesario evitar –tanto como sea posible– las mezclas indiferenciadas, las totalidades indefinidas y las aglomeraciones incontrolables de operarios distribuidos rigurosamente sobre los puestos de trabajo:

       “A cada individuo su lugar; y en cada emplazamiento un individuo. Evitar las distribuciones por grupos; descomponer las implantaciones colectivas; analizar las pluralidades confusas, masivas o huidizas. (...) Procedimiento, pues, para conocer, para dominar y para utilizar. La disciplina organiza un espacio analítico” (Foucault, 1989: 146-147)

La coerción disciplinaria establece en el cuerpo una relación de dominación perfeccionando la fragmentación de la fuerza de trabajo e imponiendo un régimen disciplinario que disocia el poder del cuerpo como herramienta de lucha política –entendida como esencialmente colectiva–. Y, dentro de la misma productividad del poder, la disciplina fabril termina convirtiendo la experiencia pasada de los trabajadores en una modalidad de procedimiento que construye totalidades formadas y limitadas antes que procesos formadores y formativos (Williams, 1980). Los mecanismos de construcción de un trabajador a-histórico, desprovisto de conexión con las experiencias pretéritas, constituye una tendencia del actual proceso de producción automotriz.

Las estrategias corporativas tendientes al creciente constreñimiento del trabajador a las condiciones de trabajo asalariado, intensifican la destrucción de aquellos resquicios indefinidos y latentes por donde la actividad incesante de la subjetividad cotidiana penetra el taller. Una política coercitiva que despliega la potencialidad del proceso de trabajo para debilitar –en proporción a la expansión tecnocrática– a un sujeto de acción que resiste ser convertido en un objetivable cuerpo dócil. A principios del siglo XXI, la acumulación flexible perfecciona aquellas técnicas disciplinarias sobre la base de esquemas discursivos-prácticos que actúan sobre el cuerpo y recomponen la subjetividad de los trabajadores provocando, al mismo tiempo, la proliferación de circunstanciales, dispersas y fragmentadas prácticas de resistencia en el seno de un espacio controlado. Los trabajadores automotrices inauguran creativas prácticas cotidianas defendiendo tangencialmente –a veces confrontando directamente– significados y valores culturales contrapuestos a la racionalidad del proceso de producción. Asistimos a la defensa de particulares tradiciones obreras en el marco de la organización jerárquica del proceso de trabajo, unas prácticas históricamente conquistadas, moldeadas y defendidas dentro del dominio “ajeno” de la plataforma fabril.

Cuando las tácticas de resistencia obrera subvierten superficial y momentáneamente las estrategias de dominación capitalistas, emergen vivencias que no necesitan esperar un sistémico ordenamiento teórico para ejercer su influencia efectiva sobre la experiencia y la acción cotidianas. La experiencia social de los trabajadores, distinta de cualquier otra cualidad particular o período histórico, produce tensiones y desplazamientos en la conciencia práctica de cada operario, fragmentados discursos y prácticas de protesta que rehuyen a una expresión ideológica formal, pero que sin embargo definen una cualidad de su experiencia en el taller.

Dado que las prácticas hegemónicas son necesariamente incompletas –en cualquier momento formas oposiciones existen–, las estrategias de control del trabajo deben custodiar, modificar y aún apropiarse de tácticas contraculturales propias de los grupos subordinados. Ya hemos mencionado que la disciplina de fábrica perfecciona la mecánica del poder a través de una política de las coerciones sobre el cuerpo de los trabajadores automotrices. Una manipulación calculada de las potencialidades del cuerpo político, tendiente a proveerlo de códigos e inscripciones sociales que permitan “domesticar” el cuerpo individual de conformidad con las necesidades de las estrategias de acumulación. Así, aparecen minúsculos procedimientos técnicos –tecnologías del poder– actuando en el detalle de la concepción del proceso de trabajo, distribuyendo los gestos corporales en orden de producir los medios de una disciplina generalizada:

“... el establecimiento de correlación del cuerpo y del gesto. El control disciplinario no consiste simplemente en enseñar o en imponer una serie de gestos definidos; impone la mejor relación entre un gesto y la actitud global del cuerpo, que es su condición de eficacia y de rapidez. En el buen empleo del cuerpo, que permite un buen empleo del tiempo, nada debe permanecer ocioso o inútil: todo debe ser llamado a formar el soporte del acto requerido” (Foucault, 1989: 156)

Sin embargo, esta microfísica del poder privilegia los aparatos productivos de la disciplina, ocultando el inestable equilibrio de las tácticas de resistencia en la vida social. Si es cierto que la disciplina de fábrica inscribe en los cuerpos las marcas de la dominación, es necesario analizar cómo un conjunto de trabajadores resiste ser reducida a ella, qué procedimientos antidisciplinarios manipulan circunstancialmente los mecanismos de la disciplina y se adecuan a ellos para evadirlos, cuáles prácticas cotidianas de resistencia forman la contracara –del lado de los operarios– de las estructuras tecnocráticas instituidas por el proceso de trabajo.

En efecto, Michel de Certeau identifica tácticas no verbales que proliferan en los intersticios de los sistemas de dominación como una conciencia práctica de los sujetos que puede llegar a dislocar o subvertir el orden fabril establecido. Durante ciertas circunstancias, la posición del operario sería la

[posición del débil que debe sacar partido de las cartas ajenas en el instante decisivo, uniendo elementos heterogéneos cuya combinación asume la forma, no de un discurso previo, sino de un ‘golpe’, de una acción. En este sentido, toda lógica de las prácticas pasa por una lógica de la acción y por una lógica del tiempo, remite a técnicas de montaje y ‘collage’, al juego de la ocasión y de la circunstancia, a situaciones movedizas, complejas, embrolladas, a esas enmarañadas redes, a esos itinerarios superpuestos que atraviesan incesantemente la oscuridad de la vida cotidiana y estructuran las prácticas de una cultura ordinaria” (de Certeau, 1979: 9).]

Siguiendo a de Certeau –sin abandonar los aportes esenciales y fundamentales de Foucault–, creo necesario iniciar el estudio de las prácticas de disenso, donde la corporeidad es el motor de la acción sobre el mundo, describiendo las fragmentadas tácticas oposicionales con que los operarios responden al proceso de producción y los dispositivos de vigilancia en la forma de “dispositivos de astucia” (de Certeau, 1979). Los procedimientos que componen la red de la antidisciplina despliegan las prácticas “clandestinas” elaboradas en la creatividad cotidiana de cada uno de los operarios inmersos en las redes del sistema de dominación fabril. Por tanto, “el cuerpo individual debería ser visto como el terreno más inmediato, el terreno próximo donde las certezas y las contradicciones sociales son jugadas, así como el espacio de resistencia personal y social, creatividad y lucha” (Scheper-Hughes y Lock, 1987: 31). Algo esencial está en funcionamiento en la historicidad cotidiana consumada en el desarrollo de la jornada de trabajo. La praxis corporal desplegada como los hilos intencionales que trazan las conexiones entre los sujetos y sus mundos, abre el camino a la formación de una conciencia práctica que produce engaños y astucias modificando, bajo una lógica de la acción y una lógica del tiempo, la línea de demarcación más allá de la cual las prácticas de transgresión se vuelven insostenibles y necesariamente punibles. Ese límite mudable dentro del espacio analítico del taller de chapistería, crea el terreno fértil de la movilidad plural de propósitos e interpretaciones alternativas del trabajador subordinado (Ong, 1991).

Los propósitos asumidos activamente y guiados por reglas establecidas, producen tácticas relacionales que confrontan con unos esquemas productivos imposibles de ser controlados desde el “exterior”. Las tácticas oposiciones de los operarios, agazapados en la búsqueda del momento oportuno que les permita dar un golpe de acción, permiten deshacerse ocasionalmente de las presiones del proceso de trabajo sin nunca abandonarlo definitivamente. En efecto, es necesario retomar aquí las definiciones de de Certeau respecto del concepto de estrategia como esencialmente ligado al concepto de táctica:

“Llamo estrategia al cálculo de las relaciones de fuerza que se torna posible desde el momento en que se puede aislar de su contexto o entorno a un sujeto de querer o de poder (tenga éste la forma de una empresa, de una ciudad o de una institución científica). Se dispone entonces de un lugar propio a partir del cual son calculables las relaciones de fuerza con un exterior: se trata, en realidad, del modelo maquiavélico que distingue el lugar de la acción. La racionalidad oficial, política, científica y económica se construyó sobre la base de este modelo estratégico. Denomino táctica, en cambio, al cálculo de fuerza que no puede contar con un lugar propio ni con una frontera que distinga al otro como totalidad visible. De este modo, el lugar de la táctica no puede ser sino el del otro. Ella juega dentro del texto o dentro del sistema del otro. Se insinúa en él de manera fragmentaria, sin captarlo en su totalidad, es decir, sin poder mantenerlo a distancia. No dispone de bases en las que pueda capitalizar sus ventajas, se halla dentro del instante, mientras que la estrategia siempre es una victoria del lugar (lugar propio) sobre el campo” (de Certeau, 1979: 30).

Dentro de los talleres productivos, la táctica corresponde con las efímeras victorias del “débil” –los operarios– sobre las estrategias del “fuerte” –corporación automotriz–, con el cálculo de las relaciones de fuerza que marcan las posibilidades de juego, resistencia y desplazamiento en el seno de un espacio controlado. Las tácticas oposicionales propias de los operarios, introducen una movilidad plural de propósitos y deseos incorporados dentro del espacio disciplinario instituido por el proceso de trabajo. Es decir, al carecer de un lugar propio desde el cual articular no sólo una política de la resistencia sino una política de la transformación estructural, los operarios descubren el arte de la manipulación y la circunstancia oportunas. La ausencia de un espacio propio y representativo (sindicato, partido político, organización obrera, etc.) desde el cual iniciar el cálculo de las directas confrontaciones entre trabajo-capital, produce la emergencia de maniobras singulares, simulaciones creativas, modos de interceptar el juego ajeno, esto es, el espacio analítico instituido por otros, tácticas de “combate” desplegadas dentro de una red disciplinaria preexistente, resistencias individuales o colectivas que, desde un espacio subordinado, sólo pueden imprimir las marcas del disenso haciendo uso de los elementos impuestos por las estrategias del proceso de trabajo automotriz.

Las actividades de resistencia sobre los márgenes de un sistema articulado –aquí, una corporación automotriz transnacional– que en sí mismo permanece intacto, organizan la multiplicidad de situaciones que producen un cambio repentino, un desvío de los comportamientos y las trayectorias corporales, aunque sin abandonar los elementos esenciales del orden fabril. En el fondo, los operarios crean el arte de las prácticas cotidianas localizables entre dos niveles complementarios y contradictorios. Aparecen “debajo” de las hegemónicas estrategias surgidas de un tipo de racionalidad productiva y “encima” de unas adormecidas confrontaciones entre trabajo y capital. Las tácticas oposicionales dependen de las posibilidades ofrecidas por la circunstancia, desobedecen los códigos disciplinarios del lugar de trabajo y crean un virtual espacio propio allí donde no existe más que momentáneamente. Así, mientras las estrategias corporativas producen, tabulan e imponen un determinado espacio analítico dentro de la fábrica, las tácticas oposicionales sólo pueden usar, bifurcar y bloquear circunstancialmente algunos de los componentes del proceso de trabajo.

         Tácticas heterogéneas tales como fabricar bombas caseras, comer asados, tomar alcohol o emborracharse durante el desarrollo de la jornada de trabajo, constituyen un críptico y cuasi-invisible lenguaje de protesta caracterizado por una particular naturaleza clandestina y una incorruptible actividad de resistencia. Otras tácticas creativas incluyen armar guaridas extremadamente poco visibles para compartir almuerzos o cenas con compañeros de trabajo, practicar juegos de azar, dibujar imágenes corporales-sexuales sobre diversos dispositivos de producción, baños y paredes, pegar fotos de mujeres desnudas sobre las puertas de los armarios personales, escribir mensajes de protesta y alusiones irónicas contra los crecientes niveles de producción, abandonar el puesto de trabajo sin autorización expresa del supervisor, retrasar (restringiéndolos) los ritmos de producción de carrocerías, simular enfermedades allí donde nunca han existido, provocar autolesiones corporales en respuesta a las presiones del proceso de trabajo, iniciar tácticas de bloqueo o disrupción funcional de ciertas máquinas que paralizan la cadencia productiva, incurrir en errores “fortuitos” o destrozos intencionales de piezas metálicas, engañar a los cronometradores como forma de resistencia contra el uso metódico del tiempo dentro del taller, etc.

No obstante, esas tácticas oposicionales carecen de la autonomía necesaria a partir de la cual puedan administrarse las victorias y construirse articulados proyectos políticos-culturales de transformación. Pues aún cuando pueda ampliarse el horizonte de lucha política en virtud de la movilidad que la táctica despliega dentro del sistema de dominación de fábrica, las estrategias corporativas elaboran discursos-prácticas capaces de circunscribir progresivamente aquellas transgresiones del “débil” –palpables movimientos corporales–, a favor de los reglamentos de conducta y la marcha inexorable de la producción de carrocerías.

Encarar el estudio de las posibilidades de juego y resistencia en el seno de un espacio controlado, implica adherir a una teoría articulada más allá de los límites del discurso. Es preciso dar cuenta de aquellos actos performativos cuyos efectos alimentan la conciencia práctica de los trabajadores automotrices, pues así como las representaciones colectivas de género, étnicas o de clase producen específicas disposiciones del cuerpo, también “la alteración de patrones de uso corporal puede inducir nuevas experiencias y provocar nuevas ideas” (Jackson, 1983: 334).

Dentro de los talleres productivos, las tácticas oposicionales involucran acciones verbales y gestos corporales, ambos procedimientos dialécticamente imbricados en la construcción de la subjetividad del trabajador. En ese sentido, los procedimientos que componen la red de la antidisciplina comprenden un conjunto finito de dispositivos de astucia dentro de la fábrica –la invención no es ilimitada–, cuya acción práctica supone unos esquemas relativos a situaciones desfavorables o conflictivas. Asistimos a las tácticas oposicionales como expresión de disenso, el terreno de disputa cultural donde las experiencias subjetivas e intersubjetivas de los operarios operan dentro de los límites impuestos por el sistema de dominación.

El espacio analítico configurado a los fines de la producción de carrocerías, “atrapa” las tácticas oposicionales sólo a condición de reducirlas a cálculos objetivos, visibles y mensurables propios de la racionalidad productiva. No obstante, novedosas tácticas surgirán allí donde fueron debilitadas o destruidas, las condiciones endebles impuestas por un arte de la resistencia que actúa como freno –más o menos duradero– a la imposición de los crecientes ritmos de trabajo. Si bien las tácticas oposicionales no alteran los principios esenciales del proceso de producción automotriz, ellas actualizan de forma embrionaria la posibilidad de resistencia, es decir, lo presente y movilizador más allá de cualquier silencio u omisión.

Es innegable que ningún dispositivo de vigilancia es infalible completamente, pues resulta imposible contener la totalidad de la experiencia social atenta a la posibilidad del cambio, a la apropiación de las reglas y disposiciones institucionales “ajenas” que encarnan el doble juego de la obediencia formal y la resistencia política-cultural. Y también resulta indudable, que las formas cotidianas de resistencia pueden no constituir la antesala de cuestionamientos o cambios estructurales en la vida social. Pues aún cuando las tácticas oposicionales y las acciones de carácter más sistemático vengan a moldear la conciencia práctica de los trabajadores, recreando incesantemente los significados compartidos y los valores culturales tal como son vividos en el lugar de trabajo, ellas pueden reconstituir el orden social bajo las mismas formas de la desigualdad.

La praxis corporal actuante en los márgenes del sistema de dominación de fábrica introduce modificaciones en las actitudes y las disposiciones de la fuerza de trabajo. En efecto, surgen tensiones alternativas contra los mecanismos de la disciplina industrial, unos cuerpos cargados de intencionalidad que resisten ser reducidos a elementos completamente manipulables del proceso de trabajo. Constreñidos dentro de un horizonte de resistencia política dispuesto dentro de formas relativamente fijas, los operarios intentan preservar las antiguas tradiciones y conquistas obreras careciendo del lugar propio desde el cual plantear los ataques y consolidar las victorias. A partir de las estructuras tecnocráticas del proceso de trabajo, hemos apreciado la miríada de astucias corporales y los procedimientos que componen la red de la antidisciplina.

 

BIBLIOGRAFIA CITADA

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 (1988) The Practice of Everyday Life. Berkeley and Los Angeles, University of California Press. Traducción propia.

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HARVEY, David. (1998) La condición de la posmodernidad. Investigación sobre los orígenes del cambio cultural. Buenos Aires, Amorrortu Editores.

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SOICH, Darío. (2003) Cuerpo y Proceso de Trabajo. El caso de una corporación automotriz transnacional. Tesis de Licenciatura en Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.

WILLIAMS, Raymond. (1980) Marxismo y literatura. Barcelona, Ediciones Península.

 


[1]   Departamento de Ciencias Antropológicas. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Buenos Aires (UBA). Urquiza 3964 (1602) Florida. 4760-5683. This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it. Trabajo presentado en las VII Jornadas Rosarinas de Antropología Sociocultural. Escuela de Antropología, Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario, 21-22 de octubre de 2004, Rosario, Argentina.

[2] La industria automotriz donde se ha llevado a cabo el trabajo de campo es PSA Peugeot-Citroën Argentina, ubicada en la localidad del El Palomar (Pcia. de Buenos Aires).

 

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